lunes, 19 de diciembre de 2016

EL TESORO DE LA NAVIDAD

EL TESORO DE LA NAVIDAD

En aquel tiempo, mejor dicho, en este tiempo, un grupo de multimillonarios se acercó a Jesús para ponerlo a prueba. Le preguntaron con la ironía bien dibujada en sus descarados rostros bronceados:

- ¿Dónde podemos encontrar, maestro, el llamado Tesoro de la Navidad?

Jesús, que se dio cuenta de la mala intención albergada en sus corazones, no se inmutó lo más mínimo y les contó la siguiente parábola:

- En el mundo globalizado de las miedos de información en las redes sociales, perdón por el lapsus, quería decir medios (Jesús también dominaba la ironía), anunciaron a bombo y platillo que la Navidad encerraba un tesoro, mucho más valioso que el premio gordo de la lotería del 22 de diciembre.


- Un adinerado empresario europeo lo buscó incansablemente, fue el primero. Hizo un brillante máster en economía y terminó por ser un político reputado, poderoso. Manejaba a su antojo las masas y creyó haber hallado el tesoro. Pero el fondo de su corazón sólo guardaba un poso de tedio, de amargura


- Un segundo personaje, estadounidense de Alabama, puso en marcha una cadena de grandes hoteles y multiplicó su fortuna por diez. Gozaba de todo tipo de lujo en una vida ostentosa sin privarse de nada. Era admirado por todos por su audacia emprendedora, reconocido como un hombre de éxito, un modelo a seguir. Él también creyó haber encontrado el tesoro. Pero ni una sola noche lograba conciliar el sueño, a no ser que tomase somníferos. 


- El tercer personaje era un campesino nigeriano, del África subsahariana, negro, espigado, sin un gramo de grasa. Tenía serias dificultades para sacar adelante a su familia y pasaba necesidad real, hambre en demasiadas ocasiones. Oyó que en la ciudad de Torodí (Níger) había una comunidad cristiana. Se acercó por curiosidad en la mañana de un 25 de diciembre. Fue agasajado por todos como un hermano. Le gustó el pasaje de la Biblia que se leyó, el mensaje que se proclamó. La comunidad se comprometió a ayudarlo. Aquel día la dicha invadió su espíritu, la paz sus entrañas. Decidió hacerse cristiano. 

Jesús hizo un largo silencio para que sus interlocutores sopesasen sus palabras. Después los miró con aprecio y les preguntó:

- A vuestro juicio, ¿cuál de los tres encontró el Tesoro de la Navidad, el verdadero Tesoro?

Ellos, reflexivos, la ironía ausente ya de sus caras, con cierto sonrojo en sus mejillas, no les quedó más remedio que reconocer:

- El tercer personaje, el campesino nigeriano, ése fue el que encontró el verdadero Tesoro de la Navidad.

Jesús, posando su mirada limpia en sus rostros cabizbajos, les dijo:

- Justa es vuestra respuesta. ¡Andad vosotros, id y haced lo mismo!

Y los multimillonarios se alejaron por el camino con más dudas que certezas, dándole vueltas en sus cabezas a las sabias palabras que acababan de escuchar.

¡Feliz Navidad!

Desde Vélez de Benaudalla

Paco Bautista
Misionero SMA
SOCIEDAD DE MISIONES AFRICANAS
C/ Asura, 34 28043 Madrid
Tel: 91 300 00 41
E-mail: sma@misionesafricanas.org



domingo, 4 de diciembre de 2016

160 años de Pasión

Carta abierta (de amor) a la Sociedad de Misiones Africanas (SMA):

Querida SMA, vas a cumplir 160 años de existencia. ¡Felicidades! ¡Cuántas cosas vividas desde aquel 8 de diciembre de 1856, en que Marión de Bresillac, junto a  un pequeño grupo de personas, tuvo la valentía, la intuición profética, de consagrar la sociedad naciente a la evangelización de los pueblos abandonados del África negra, para anunciarles a Jesucristo y dotarlos de una iglesia y clero locales! Ocurrió en Lyon, en el lateral de la Basílica dedicada a la Inmaculada, que corona la colina de Fourvière, contemplando la hermosa ciudad francesa a sus pies, vertebrada por dos caudalosos ríos, habitada por el duende del casco antiguo, con su catedral, su callejas con sabor a historia y otros monumentos.

Los primeros años fueron difíciles. El fundador y cinco compañeros más, mueren en la primera expedición que llega a Freetown, por una epidemia de fiebre amarilla (vómito negro) que estaba asolando la población de la capital de Sierra Leona en junio del 1859. Aquello no fue el final, muy al contrario, fue el comienzo de una verdadera historia de amor, que escribe, aún hoy, con letras de molde las palabras: entrega, servicio, audacia.

Hasta bien entrado el siglo veinte, la media de vida de los misioneros en el Golfo de Guinea, o Golfo de la muerte, apenas si llegaba a los dos años. Eran muchos los que morían prematuramente a causa de la malaria y de la adversidad de un medio hostil y de un clima muy duro. Pero eran aún más los que remplazaban a los fallecidos, y lo hacían decididos, libres, conscientes de la tarea y dispuestos a que la Misión se prolongase en el tiempo y en el espacio. ¡A fe que lo lograron!

Yo me considero bienaventurado de ser heredero de tanta entrega, de tanta generosidad, de cada uno de los misioneros que me han precedido. Por eso puedo decir que, aunque esté en el umbral de los cincuenta, mi edad es también de 160 años[i]. Tomo el relevo de mis antecesores con entera libertad y plena conciencia. No miento si confieso, no sin cierto rubor, lo que he dicho en numerosas ocasiones, que estoy completamente enamorado de África, orgulloso de mi vocación misionera. No me han faltado ni las noches oscuras, ni los obstáculos, ni los problemas de salud. Pero más pasan los años, más persiste mi amor, más enamorado estoy, más vivo siento el fuego de la vocación, que con  gratuidad, Dios va creando y recreando en mí, cada día, cada noche, cada instante. Él sostiene cuando las fuerzas menguan. Él te mantiene cuando la tormenta se desata, te mantiene en pie. No es pura retórica lo que escribo. Sencillamente es verdad, al menos mi verdad.

Pero no soy un ente aislado, una isla en medio del Pacífico, tengo una familia misionera, la SMA. Mis compañeros son conmigo, yo con mis compañeros. Sin ellos, sin el trabajo en equipo que hacemos, no sería posible sacar adelante la primera evangelización que Dios nos ha encomendado. Cada uno de ellos (del distrito de España) me ha enriquecido, me ha completado con su manera peculiar de hacer y de vivir la Misión. De todos he aprendido y aprendo. “Una mano lava a otra mano”, dice un proverbio. Eso, a pesar de nuestros fallos y sombras, lo intentamos siempre, porque nos decimos familia, porque somos familia.
    
Pero esta familia es aún más grande. De ella forman parte todos los que, con buena voluntad se acercan a nosotros, se identifican con nuestra vocación y nos ayudan a llevarla a cabo, bien sea vendiendo calendarios en las frías puertas de las iglesias, o montando año tras año un Festival Misionero, como el de Vélez de Benaudalla, que moviliza a todo un pueblo.
    
Quiero terminar esta carta de amor citando un proverbio con el que me identifico plenamente:

Si no sabes a dónde vas, párate, mira hacia atrás, al menos sabrás de dónde vienes. 

Yo vengo del corazón de Dios, yo vengo de la entrega amorosa de todos mis compañeros en estos 160 años, yo vengo de la inspiración, del “si” decidido de Marión de Bresillac y sus primeros compañeros, pronunciado el 8 de diciembre de 1856. A cada uno de ellos, a cada uno de vosotros, gracias de corazón por ser lo que somos, lo que estamos llamados a ser: misioneros desde lo más hondo de nuestros corazones.

                                    
Fraterno siempre:

Paco Bautista,
Misionero SMA

SOCIEDAD DE MISIONES AFRICANAS
C/ Asura, 34 28043 Madrid
Tel: 91 300 00 41
E-mail: sma@misionesafricanas.org

[i] La idea de de equiparar la edad personal a la de la fundación de la SMA fue de mi compañero Isidro Izquierdo.