martes, 12 de diciembre de 2017

Jóvenes en Togo (Experiencia)

Jóvenes preparan el viaje a Togo

 

Somos Marta, Ana, Leyre, Mayte, Blanca y y Pilar. Y hace una semana nos embarcamos en una aventura de esas que no te dejan indiferente, que te marcan de por vida: comenzamos nuestra experiencia en Togo. No, todavía no estamos allí, pero empezamos a prepararnos para este gran viaje que afrontamos con tantas ganas e ilusión.

La preparación de cualquier viaje requiere una gran organización…

Los viajeros. Como habréis observado, somos un grupo de siete chicas, procedentes de Madrid y País Vasco. A pesar de que nos conocíamos de otros encuentros (Pascuas, Sesales…) era necesario saber un poco más sobre nuestras compañeras de viaje. Por ello, el fin de semana pasado, convivimos durante dos días junto con los miembros de la casa de comunidad de Peñagrande. Allí compartimos nuestra fe, nuestras motivaciones frente a este viaje, nuestros miedos, nuestra experiencia con Adsis…

La maleta… ¿qué ropa me llevo? ¿me cabrá todo? ¿qué medicamentos y vacunas necesito? Dada la gran diferente de Togo con nuestro país, son muchas las incógnitas que nos surgen y poco a poco vamos resolviendo… Sin embargo, tenemos muy claro que lo más importante no es lo que llevemos allí sino todos los recuerdos, sentimientos y amigos nuevos que traeremos a la vuelta.

El itinerario del viaje ¿qué vamos a hacer allí? En Lome (Togo) un grupo de jóvenes voluntarios llevan a cabo un campamento para niños en verano. Nosotros vamos a compartir esos días con ellos ofreciéndoles apoyo en esta actividad, compartiendo nuestras experiencias con niños aquí y enriqueciéndonos con las formas de divertirse de los otros. Además, pasaremos tiempo con los jóvenes togoloses hablando de nuestras vivencias de fe, nuestro recorrido en Adsis, qué nos ha aportado vivir la fe en comunidad con los otros, etc.

Aprender sobre nuestro próximo destino. Ese fin de semana tuvimos la oportunidad de pasar tiempo con Marcelino, un cura de Togo que vive en España. Nos cocinó comida típica de allí y nos contó infinidad de cosas sobre su cultura, el día a día allí, nos dio consejos… Además, Felipe, un misionero que pasó allí varios años, compartió con nosotros su vivencia en Togo desde otro punto de vista. Gracias a ellos tenemos un mapa más amplio de nuestro país de destino y podemos hacernos una idea de todo lo que nos queda por aprender y vivir allí.

Poco a poco nuestra mente, nuestro cuerpo y el corazón se van preparando para compartir esta experiencia de voluntariado con Togo y su gente. Jesús nos ha llamado a levantarnos, a salir de nuestra zona de confort y seguirle hacia otros lugares del mundo y hemos respondido “Sí”.


Los jóvenes nos cuentan su experiencia en Togo


23 días de viaje a Togo, de aventura en Togo

Es difícil recoger en un papel lo que han supuesto estos 23 intensos días. Hemos conocido un nuevo país, un país totalmente diferente, con una cultura que nada tiene que ver con la nuestra, hemos convivido con jóvenes de nuestra edad que nos han contado de su realidad, hemos hecho un campamento con niños y niñas togoleses que nos han regalado las mejores de las sonrisas y los abrazos y nos han enseñado que se puede ser feliz con mucho menos de lo que pensamos. Como resumen puede no estar mal, sin embargo, se queda corto. 

Por un lado han sido 23 días vividos minuto a minuto, con tantas cosas vistas y vividas que es difícil no dejarse muchas de ellas. Por otro lado, muchas de ellas son cosas imposibles de traducir a palabras, cosas de esas que hay que dejar que saturen todos tus sentidos, te acaricien y a la vez te destrocen un poco por dentro. Pero que lo hagan en primera persona, no desde un montón de fotos ni desde un papel (mejor o peor escrito). 

Un momento clave que de alguna forma recoge lo que ha sido la experiencia fue el viaje al orfanato en la moto de Yves, uno de los jóvenes togoleses. Para empezar, muestra esas ganas de compartir con nosotras su vida tal y como es, llevándonos en esas motos que cogen cada día, y ofreciéndonos esa perspectiva privilegiada que te da el ir de paquete en una moto, que es la de poder ver la realidad de Lomé desde el mismo punto que lo ven sus ojos a diario. Ver todas esas cosas y todos esos detalles que durante todos esos días nos han ido robando los ojos. Por un lado los colores de sus telas, los miles de peinados de las chicas, las sonrisas de sus caras, los ojazos de los niños, lo verde y salvaje de sus paisajes y los incansables bailes que acompañan a sus músicas y cantos. Por otro las calles de tierra y socavones, txabolas de barro, tejavanas o palos, las construcciones a base de ladrillos que nunca se terminan de levantar, niños descalzos en la calle como mucho bajo la supervisión de un hermano o hermana un poco más mayor, esos coches tan lejos de pasar una itv, esas mujeres que cargan sobre su cabeza cestos increíbles, esos niños que barren con una energía y ganas nunca vistas y esos puestos que venden lo que tienen para buscarse la vida. Y no es solo todo lo que se ve en marcha desde la moto, pararte en un cruce y dedicar un rato a mirar las motos que paran alrededor, a mirar a las personas que llevan esas motos también es ver que encima de la cantidad de bultos que cargan en las motos cargan también unas mochilas llenas de vidas muy duras, de dificultades, limitaciones y sueños a veces casi imposibles de alcanzar. Y después de haber mirado todo lo que se ve desde la moto, me puse a mirarme a mí. Y allí estaba yo montada en una moto sin casco, dentro de una circulación que es una autentica locura, en un país a miles de kilómetros de mi zona de confort, agarrada a una persona muy diferente a mí en muchos aspectos, con la que de hecho ni siquiera comparto un idioma. Y a pesar de ello, nada se sentía tan raro como podría parecer mirándolo desde fuera, detrás de todo el manojo de sentimientos contradictorios que despierta una ciudad como Lomé me sentía realmente feliz y a gusto. Era exactamente donde quería estar.

Después de una experiencia así volver a casa no es fácil. No es fácil retomar tu vida sin que muchos cosas y detalles que damos por hechos no te devuelvan de sopetón algún tipo de comparación de esas que duelen. Que duelen y que te hacen sentir tan culpable como afortunada. Ahora más que nunca soy consciente de lo injusto que es el mundo. Supongo que toca mantener Togo calentito en el corazón y sin sacar de la cabeza esa gran frase de que gente pequeña haciendo cosas pequeñas pueden llegar a cambiar el mundo.

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TOGO EN EL ALMA

Comenzaré explicando el por qué de este título. Justo antes de comenzar esta aventura que ya ha marcado y marcará mi vida para siempre, una muy buena amiga me dijo que cuando algo o alguien llegan a formar parte de tu alma es porque la conexión es tan fuerte que va más allá de lo material. Su consejo para que disfrutara del sueño que estaba a punto de cumplir fue: “Disfruta de Togo, respira Togo, come Togo, baila Togo, canta Togo, reza Togo, ama Togo…” Y hoy, recopilando todos los momentos vividos aquí, creo que puedo volver a casa y decirle satisfecha a mi amiga que he seguido sus consejos y los he llevado a cabo.

He disfrutado de Togo, de su gente, del paso del tiempo sin un reloj que lo mida, de ver el esfuerzo de las madres que no paran de trabajar y faltándole las manos cargan todo en su cabeza mientras su pequeñ@ cuelga de su espalda; de observar las diferencias que nunca serían motivo de separación si conoces las miles de semejanzas que nos unen.

He respirado Togo. He captado el aroma a leña que lo envuelve, de las lumbres encendidas para cocinar carne, maíz o pescado…y el olor a mar de Lomé mezclado de vez en cuando con la basura de días sin recoger…

He comido Togo. He saboreado sus salsas de tomate, su cuscús, el arroz y la pasta. También he conocido nuevas texturas y he aumentado mi tolerancia con el picante.

He bailado Togo. He sentido la preciosa música africana y ese ritmo que mueve involuntariamente tu cuerpo. He visto cómo cualquier momento es bueno para danzar; que esos pasos que para nosotros son un mundo, ellos los realizan sin el más mínimo esfuerzo…y he aprendido que si alguna vez aparecen dificultades para hablar, la música siempre será un gran medio de comunicación para el mundo.

He cantado Togo, desde un Hossana de góspel hasta mil juegos de animación cuyo significado aún tengo que descubrir, y me he dado cuenta de que…¿por qué hablar las cosas si se pueden decir cantando?

He rezado Togo. He sentido a Dios en cada abrazo, en el contraste de mil manos entrelazadas, en cada oración que expresaba el mismo sentimiento con lenguas diferentes, en la celebración de la eucaristía como una fiesta donde cantar, bailar y lucir tus mejores galas. Incluso he visto a Dios en medio de un montón de gente reunida por la muerte de alguien que a partir de ese momento iba a ser realmente feliz junto al Padre…porque ¿por qué llorar su ausencia pudiendo celebrar su presencia durante años y su paso a una vida nueva?

También he amado Togo. Su sencillez, su gente, la forma en que te cuidan siempre pendientes de si necesitas algo, sus sonrisas con el poder de crear en ti otra sin importar cuál fuera tu estado de ánimo; su cielo siempre nublado y las lluvias repentinas.

Y es cierto que no todo lo vivido aquí ha sido fácil. La realidad de Lomé está repleta de dificultades, injusticias, pobreza, incoherencias de todo tipo…y miento si digo que mi estancia aquí ha supuesto algún cambio en todo eso, pero sí me ha hecho consciente de su existencia poniendo cara y nombre a personas que lo viven y que ya forman parte de mi.

Sé que suena a tópico pero es cierto que da igual lo que estés dispuesto a dar en África, ella siempre te devolverá más…

De aquí me llevo enseñanzas, formas de llevar una vida sin apenas cosas materiales pero que te hace sentir realmente plena. Me llevo bailes, canciones, alguna palabra en ewé y en cavié, sabores nuevos y texturas diferentes, paseos en moto y experiencia en la negociación. Pero sobre todo me llevo mil nombres conmigo, momentos compartidos con aquellos que ya puedo llamar “mi gente”, sonrisas y algunas confesiones, besos y miradas que cuentan lo que el idioma no permite.

Llegué dispuesta a dar y recibir amor y regreso con todas mis expectativas más que cumplidas. Ahora sólo espero que la parte de Togo que ya forma parte de mí continúe ardiendo y moviéndome por dentro, desde hoy hasta SIEMPRE.

Mil gracias por haberme transformado.
Con Togo en el alma me despido.

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¿Cómo podemos ser tan distintos y a la vez tan iguales? ¿Cómo podemos vivir en sociedades tan opuestas y entendernos sin siquiera hablar el mismo idioma? ¿Cómo puedo sentir tantas cosas ante esta realidad y no derramar ni una lágrima? ¿Cómo puedo sentirme como en casa, incluso a veces mejor, y estar deseando volver? 

Son tantas las preguntas que rondan mi cabeza que necesitaría un mes más para poner orden aquí dentro… Son tantas las cosas que he vivido, sentido… 

Una cultura que casi no logramos entender, unas tradiciones, una comida y unas costumbres tan opuestas a las nuestras… Y sin embargo, los corazones se entienden a la perfección. El idioma de las sonrisas, los abrazos y las miradas hace que los que se quieren entender se entiendan. 

Desde el primer día me he sentido como en casa. Me he sentido como una más. Sin duda, una de las cosas que me llevaría a España es esa sensación de que puedo ser yo misma en todo momento… sin sentir esa mirada de juicio del otro. Como esos niños que quieren a su maestra por encima de todo y la ven guapa hasta ese día en que ha dormido dos horas. Que aquí no importa la ropa que lleves o el número de trenzas que te hagas. Que aquí te quieren por cómo eres y por lo que transmites. 

Y me sigue costando entender que, detrás de esa energía interminable, de esas ganas de bailar y cantar, de reír y jugar a todas horas… haya vidas difíciles de cojones. Que para estudiar tengas que dejar de ir al médico porque no te da el dinero…que cumplir tu sueño sea eso, solo un sueño, porque leyes absurdas y egoístas te impidan viajar a Europa… que para querer a tu pareja te tengas que esconder porque amar es ilegal… 

Desgraciadamente hasta que no lo vivimos así de cerca parece que no somos conscientes de ello, por eso me siento profundamente agradecida por haber vivido esta experiencia y haber abierto un poquito más los ojos y la mente. 

No me quito de la cabeza la frase “para cambiar el mundo, primero hay que cambiar corazones” y sin duda aquí no hemos venido a cambiar el mundo sino nuestro corazón. Un corazón más consciente, con esperanzas, renovado, lleno de amor y espíritu para crear conciencia en nosotros mismos y en los demás, un corazón que no calla ante estas injusticias. 

Pero este corazón renovado también se ha llenado de emociones y sentimientos a los que casi no sé ni poner nombre…. 

Impotencia, rabia, tristeza ante tanta pobreza, tanta miseria… ante una sanidad que no cura, una educación que no enseña nada, unos niños sin infancia digna… 

Pero también alegría e ilusión de llevarme a tantos personas que me han llenado el corazón y me han enseñado tanto de la vida, de su forma de vivir: sin prisas, sin estrés, sin querer tenerlo todo bajo control… y sobre todo, viviendo el momento presente, valorando lo que tenemos y lo que nos regala la vida, agradeciendo cada día vivido, cada momento compartido… 

Ahora queda lo más difícil: continuar este camino que solo acaba de comenzar, asimilar todo lo vivido y sentido y quedarnos con todo aquellos que nos ha tocado el corazón. Pero sobre todo, mantener viva la esperanza de que podemos cambiar el mundo cambiando corazones. 

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Quién quiere sumarse a lo pequeño

Nos fuimos a poner luz y nos volvimos con el corazón iluminado. Fuimos a ver qué cosas no funcionaban a miles de kilómetros y volvimos con una lista de cosas que cambiar aquí, en nuestra casa, dentro de cada una de nosotras. Allí íbamos las seis, Maite, Leire, Marta, Pilar, Ana y Blanca, acompañadas por Carmen y Joan, camino de África, a un país llamado Togo que no sabíamos ni dónde estaba, con miedo de perder nuestras maletas llenas de cosas que no necesitábamos y muchas ganas de hacer no sabíamos muy bien el qué. Llegamos con ganas de conocer, hacer y compartir, todo lo que nos iba a hacer falta estas tres semanas. Poco tardamos en darnos cuenta de que para estar en África hay que mostrar la piel y abrir el corazón y dejarte tocar por todo, que todo el mundo llegue a ti y te haga sentir en tu casa como nunca lo has sentido. Que te acojan, que te abracen, que te canten, sin más razón que las puras ganas de compartir cariño y vida. 

Nos creíamos que en el viaje lo más importante era no olvidarnos de tomarnos las pastillas todas las mañanas, de echarnos antimosquitos todas las tardes o de colocar bien la mosquitera todas las noches, pero resulta que esto en realidad iba de no olvidar decirnos “bonjour, bien dormi?” todas las mañanas, de compartir el pan del desayuno y esquivar el picante en las comidas, de contestar cantando a todo lo que se cante en voz alta, de sacar una silla al que ha llegado el último al círculo, de hacernos trenzas unas a otras mañana, tarde y noche, de cantar con más entusiasmo las canciones en idiomas que no entiendes que todas las demás, de bailarlo todo aunque fuera mal, de pelearte con el francés hasta conseguir explicarte y de mélanger, mélanger, y mélanger, mezclarte mucho con los de allí y escucharles y conocerles y cogerles cariño hasta que te doliera. 

Togo ha venido a decirnos que resulta que la vida va, esencialmente, de crear lazos y de cuidarlos y estirarlos y fortalecerlos. Las relaciones con la gente, nada más quitarles todo lo superfluo en lo que las envolvemos en España, son muy sencillas y enseguida pueden llegar a ser muy especiales. Así, la lengua diferente deja de ser una barrera entre nosotros y se convierte en un puente que cruzamos con música, bailes, sonrisas, miradas, gestos y cariño. Nunca había conocido una acogida como la de aquí, donde te abren las puertas de su casa y de su vida sin miedo de mostrarte cómo son, y te aceptan como eres tú, tan diferente a ellos, con esos abismos tan obvios que existen entre vosotros reducidos a nada en un apretón de manos. Y es difícil crear lazos cuando sabes que los abismos siguen ahí, que estás compartiendo cada día tanto y cogiendo cariño a personas de las que claramente te separan mundos en cuanto a la realidad cultural, económica, de vida y de futuro que tenemos cada uno. Los jóvenes aquí viven sin red de seguridad de trabajo estable o familia que les ayude, con poquísimas oportunidades de estudiar y de cumplir sus sueños, que los tienen, y que son como los tuyos y los míos con la diferencia de que allí probablemente no puedan cumplirse y no haya nada que puedan hacer para evitarlo. Y lo que de verdad me ha tocado muy dentro es que ellos, con las dificultades que cada día les ofrece la vida, decidan dar parte de su tiempo y de su vida a este proyecto de compartir fe y vida y de trabajar por mejorar el futuro de los niños de su ciudad, que sacrifiquen su tiempo por un compromiso en el que creen y del que hemos tenido la suerte de poder ser parte por unos días. 

Yo no sé si el que yo haya estado allí ha podido cambiar algo, pero definitivamente a mí Togo sí me ha cambiado, me ha acogido, me ha regalado, me ha dado la mano, me ha devuelto la esperanza y la confianza en las personas que trabajan juntas por los demás. Estos días vuelvo a casa a regañadientes, porque me quedaría un mes más allí con ellos, con lágrimas porque despedirse después de lo vivido no es fácil, pero con esperanza y muchos sueños para ellos que esperamos cumplir juntos desde aquí. Merci, Togo, et on se verra bientôt… ¡Hasta muy pronto! 

CONTINUARÁ .........