viernes, 7 de diciembre de 2018

162 Aniversario de la SMA (1856-2018)

Hoy escribo con motivo de nuestra fiesta SMA del pasado sábado, 1 de diciembre. Pero antes de enviaros mi escrito recojo el eco de una reflexión de Pepe desde Níger que conviene tenerla muy presente:

Ninguna preocupación es comparable al desasosiego que nos produce el secuestro de Luigi, y tenemos miedo de que el paso de los meses nos arrastre al olvido, que nos acostumbremos a este dolor y no hagamos nada”. 

No nos acostumbramos, Pepe e Isidro -permitidme que responda también en vuestro nombre-. Rezamos reiteradamente por él, por vosotros. No somos ajenos ni a vuestra situación ni mucho menos a vuestro dolor. Os queremos y sentimos orgullo de vosotros. Contad con nuestra oración fraterna y sentida. 

Un abrazo. Buena semana.

Paco Bautista, sma.


ADIÓS… 

No, no me voy, aún no. El billete para África lo tengo después de Navidades, para la formación bíblica de los catequistas de aquellas comunidades, con hambre de pan, pero sobre todo de Palabra. Les interesa Dios, Jesucristo, su Evangelio, quieren dar razón de su fe en contextos en donde el Islam y la religión tradicional no se lo ponen nada fácil, eso sin hablar de la situación crítica, de terror que están sembrando, ahora, los grupos radicales en Níger. 

Tampoco la razón del “Adiós” es por el año litúrgico que terminamos y el Adviento que comienza. 

Os quiero hablar del “Adiós” a su familia que vivió Marión de Bresillac, el fundador de la SMA, a la que pertenezco. Ya que el sábado, 1 de diciembre, celebramos el 162 aniversario de nuestra fundación. 

El “Adiós” fue en los primeros días de junio del año 1841… 

Previamente os recuerdo que él nació el 2 de diciembre de 1813, fue ordenado sacerdote en 1838, y una vez discernida su vocación misionera con un padre jesuita, lo comunicó a su familia. La acogida de su padre, Gastón, no fue precisamente favorable. Sufrió un duro golpe. Argumentó cuanto pudo para que su hijo no se fuese a misiones. Finalmente reconoció “La voz que lo llamaba” y le dio su bendición. 

Pero pongámonos en su piel, pues la vocación del hijo no la tiene el padre. Y el “Adiós” no era un “Hasta luego”, sino hasta que nos volvamos a ver en el cielo. 

Os invito a que, junto a mí, viajemos con la memoria al sur de Francia, a Carcasonne, en donde está el Canal de Midi, y al pueblecito cercano de Castelnodary, en donde residía la familia Bresillac. El padre había vivido la convulsión de la revolución francesa de 1789. Uno de sus hermanos fue fusilado, dos huyeron al exilio, él se vio desposeído de todos sus bienes y terminó trabajando como ingeniero en el canal para sustentar a su familia. No vivían precisamente en la abundancia y la infancia del pequeño Marión estuvo marcada por la melancolía del padre, el cariño de su madre, y la pérdida de tres de sus hermanos-él era el mayor-, una niña de apenas cuatro años (Marie-Josèphe), otra de doce (Victoire) y un hermano de 19 (Jules). Por eso sufrió tanto el corazón de Gastón y puso tanta resistencia a la vocación del hijo, podrías, le decía, esperar a que yo muera, he perdido ya a tres hijos y ahora tú quieres marcharte de por vida. ¡Cuánto dolor, oh Dios mío! 

Pero el joven sacerdote estaba dispuesto a emprender su vida misionera. El 2 de junio de 1841 se puso en camino rumbo a París montado en una diligencia. No tuvo el valor de despedirse, por no aumentar más el quebranto de su padre o que a él le flaquease la voluntad o la fuerza. Su “Adiós” consistió en dirigir una carta personal, acompañada de un obsequio, a cada uno de los miembros de su familia. A su padre le regaló el reloj de pared que tenía en su despacho, a su madre Emile una pequeña estatua de la Virgen María, a su hermano Henri, una colección de medallas, a Bathilde un estuche de colores y un crucifijo de caña de bambú, y a la pequeña Felicie un rosario de nácar. Así los dejó en medio del quebranto y del desconcierto. 

Este es un extracto de la carta que dirigió a su padre: 

Mi muy querido padre, no disimulo la pena que vais a sentir con mi partida. ¡Ah! Creed que he necesitado mucho más que la autoridad del buen Dios para tomar la decisión de marcharme así, sin pasar por casa. ¿Qué hacer? ¿Podría sin el poder de su voluntad suprema abandonar a un padre al que tanto amo, una madre a la que venero, un hermano al que adoro, dos hermanas a las que guardo en mi alma con una ternura fuera de lo común? Sin duna que no. Pero no me corresponde a mí poner un límite a la voluntad del Señor, a la que, en conciencia, y con lágrimas en los ojos, obedezco por encima de todo. 

¡Oh padre mío, el más querido de los padres, creedme que desde ahora yo os querré mucho más que si estuviese a vuestro lado! Cada día estaréis presente en mi memoria. Elevaré mis manos y mis ojos al cielo pensando en usted. Cada día rezaré en el altar de la santa misa por usted. 

Adiós, no para siempre, pues en el cielo nos encontraremos nuevamente. ¡Adiós, padre, amadme como yo os amo!” 

Llegó al seminario de Misiones Extranjeras de París el nueve de junio. El sacerdote amigo -el Padre Taurines- que pasó el mal trago de entregar los “Adioses” y regalos de nuestro fundador, le indicó a éste que una nueva carta le haría mucho bien a Gastón, al que encontró más receptivo de lo que esperaba, que no dejase de escribirle para que las aguas se calmasen. Así lo hizo Marión, con mucho esmero y delicadeza. 

A los pocos días pudo leer conmovido la repuesta de un hombre que se había rendido a la voluntad de Dios tras librar un duro combate interior. El bueno de Gastón le decía: 

«Me apresuro, mi querido hijo, a responder a tu carta tan impacientemente esperada, con el fin de llevar a tu alma la calma y la paz que tanto mereces. (...) En el momento en que tus tíos vinieron a anunciarme tu marcha precipitada, yo me jactaba de que conseguiría convencerte por la solidez de mis objeciones. (...) Tu valor tan evidentemente sostenido desde lo alto me desveló mi debilidad. (...) Vete, queridísimo hijo, vete a donde el cielo te indique; reconozco la voz que te llama. Que Él te proteja; sé feliz; yo acepto Su Voluntad. A ella me someto» 

Gastón sobrevivió a la muerte de nuestro fundador[i], y a sus 88 años entregó su alma al cielo, cansado, envejecido, en un pueblecito del sur de Francia, Castelnodary, que algún día me gustaría visitar. Lo hizo tras una larga vida, no exenta de dolor, pero abierta siempre a la voluntad de un Dios que no se lo puso nada fácil. Abrazó sus propias cruces, vivió con dolor la muerte de nuestro fundador, pero pudo sentir también el legítimo orgullo de que la Sociedad de Misiones Africanas  (SMA) siguiese adelante. 

Fraterno siempre, Paco Bautista, sma. 




[i] Marión de Bresillac murió el 25 de junio de 1859, en una terrible epidemia de fiebre amarilla o vómito negro, que se llevó también por delante a los cuatro compañeros de la primera expedición a la costa de Guinea, en Sierra Leona, Freetown.