jueves, 7 de marzo de 2019

MUJERES VALIENTES: MÓNICA Y TERESA

MÓNICA Y TERESA

Ellas son dos chicas gandó, de la recién nacida comunidad cristiana de Lubu, perteneciente a la misión de Buka, del norte de Benín.

Al hacerse cristianas tomaron conciencia de su derecho a elegir marido libremente, y se opusieron a aceptar el matrimonio que sus familias habían concertado según la tradición cuando ellas apenas si tenían cinco o seis años.

Entonces sus maridos -para ellas unos desconocidos- se las llevaron a la fuerza cuando llegó la fecha indicada. Tendrían catorce o quince años de edad. Los esposos habían pagado la dote acordada entre las familias y obraban conforme a la costumbre. Sin embargo Mónica y Teresa no querían aquel matrimonio que se les había impuesto, ni amaban a sus maridos. Aunque la cosa es más compleja de lo que voy a narrar en estas líneas intentaré contar lo esencial de lo que pasó, hace ya algunos años.

Tras varios intentos de fuga, ambas consiguen escaparse después de sufrir vejaciones y torturas. Se refugiaron en la misión. Serían las seis de la mañana de un domingo de 2010. Las llevamos en secreto, Isidro –mi compañero- y yo, al internado de las hermanas dominicas de Bembereké, para ser formadas en peluquería, corte y confección, por un periodo de tres años.

Quien reaccionó con mayor violencia fue el marido de Mónica. Contrató a dos pistoleros y los mandó a la misión, en dónde creían que nosotros las teníamos ocultas. Al no encontrarlas se dirigieron a Lubu. Allí abordaron violentamente a José, el hermano de Mónica, cristiano también, con sus escopetas en las manos.

- ¿En dónde está tu hermana y Teresa?, le preguntaron amenazantes.

José estaba con sus hijos y esposa en el patio familiar. Todos tenían el corazón en vilo, estaban asustados ante aquellos hombres armados.

- No lo sé.

En realidad no lo sabía, pues era la única manera de protegerlas y de que las dejasen tranquilas mientras se formaban. La ley beninesa estaba en contra de los matrimonios forzados, pero la tradición gandó –a la que pertenecían las jóvenes- hacía caso omiso. Los matones insistieron.

- ¿Dónde están? ¡O nos lo dices o te matamos aquí mismo!

José estaba pálido, presa del pánico. Se encontraba en un callejón sin salida. No obstante respiró tres veces. Les dijo:

- Sólo os pido un favor. Si me queréis quitar la vida no lo hagáis delante de mi mujer y de mis hijos. Eso os pido.

Los pistoleros lo empujaron con violencia y se encaminaron a la arboleda que tenían a no mucha distancia para allí acabar con su vida. A José se le ocurrió decirles, mientras lo empujaban de mala manera:

- Quiero que sepáis que si me matáis los blancos están detrás de mí, son amigos míos.

Aquellas palabras fueron providenciales. Los matones dudaron primero, luego sopesaron las consecuencias que podría acarrearles el asesinato de un protegido de los blancos. Finalmente se marcharon frustrados y de malas maneras, pero dejándolo en paz.

José llegó inmediatamente a la misión. Estaba temblando, apenas si podía articular palabra. Cuando pudo serenarse nos contó todo. Isidro y él se fueron a buscar a los gendarmes más próximos, que estaban en Kalalé, a unos 40 kilómetros. Allí denunciaron lo ocurrido.

La actuación del jefe de brigada fue muy eficiente. Al final de la tarde los pistoleros fueron arrestados en Buka, cerca del mercado, desarmados y recluidos en la cárcel.

El mismo jefe de brigada se tomó muy en serio lo acontecido. Él estaba en contra de aquellas prácticas que vulneraban la ley. Convocó en comisaría a los familiares de las jóvenes, y pidió también que ellas estuviesen presentes para que contasen lo ocurrido. Su testimonio era capital.

Recuerdo que fuimos a Bembereké. Isidro les preguntó si querían testificar. Ellas dijeron que sí. Ambos, Isidro y yo, teníamos dudas. ¿No se sentirían cohibidas? ¿Serían capaces de decir toda la verdad con sus familiares delante? ¿No serían presas del miedo? Afortunadamente nos equivocamos. Para que se sintiesen apoyadas por nosotros, nos sentamos junto a ellas, Isidro en un extremo de la banca y yo en el otro, ellas en medio. Sus familiares enfrente. La tensión es respiraba en el ambiente.

Teresa habló de todo lo que había sufrido, de cómo la tuvieron retenida en contra de su voluntad. Pero la que dio más detalles, con valentía, aplomo y contundencia fue Mónica. Me llamó la atención. Contó que intentó escaparse en varias ocasiones, pero que la capturaron, la encerraron durante días en una choca de tamaño muy reducido, durante no sabía cuánto tiempo. También contó que en otra ocasión, después de un intento de fuga, le hicieron quemaduras en las piernas, y que también la tuvieron maniatada y encadenada, la drogaron. Ellas dejaron que pasasen los meses sin intentar nada. Estaban bajo la estricta vigilancia de unas ancianas, que las controlaban en todo momento. Hasta que al cabo de seis meses, cuando vieron el momento propicio, cuando se relajó el control sobre ellas, lograron la fuga definitiva encaminando sus pasos a la misión de Buka, la que a la postre les cambió la vida. Allí llegaron en la fría mañana de un domingo cuya fecha no recuerdo.

El jefe de brigada, presidente de aquel improvisado tribunal, dictó sentencia clara y rotunda. Las jóvenes estaban libres de aquel matrimonio contrario a la legislación de país. Eran libres de casarse con quien quisiesen. Y a los maridos se les prohibió acercarse a ellas. A la más mínima noticia de un nuevo intento de forzarlas, darían con sus huesos en prisión por muchos años.

Mónica y Teresa regresaron al internado de Bembereké. Nosotros estábamos orgullosos de ellas, de su valor y coraje mostrado con tanta madurez y aplomo. El final fue feliz. Terminaron sus estudios, y pudieron elegir libremente a sus maridos.

Hoy están felizmente casadas. Como cristianas son testigos de ese Dios que supo inspirarlas para salir del horror de los matrimonios forzados.

Ellas, Mónica y Teresa, Teresa y Mónica, son banderas vivas de la lucha por la dignidad de la mujer. Supieron poner en evidencia uno de los lados más oscuros y crueles de la tradición gandó: los matrimonios por conveniencia.

Si Federico García Loca hubiese conocido esta historia hubiese escrito una obra de teatro como contrapunto al drama Bodas de Sangre, inspirado en los trágicos acontecimientos de Níjar (Almería) ocurridos en 1928. ¿Qué título le hubiese dado? No lo sé. Pero la sombra del terror, de la violencia, nada pudo con la determinación de dos mujeres valientes. Yo le pondría como título MÓNICA, TERESA, ESPEJO INSIGNE DE MUJERES VALIENTES.

Qué duda cabe que del sur, de África, nos vienen grandes lecciones.

Lástima que nos les prestemos atención.

DESDE BENIN UN ABRAZO FRATERNO. 


PACO BAUTISTA, SMA.