jueves, 11 de abril de 2019

EN LA DEBILIDAD Y EL SUFRIMIENTO

EN LA DEBILIDAD Y EL SUFRIMIENTO 

Siempre me atrajo África, un continente misterioso, cercano y desconocido. 

Cuando era un adolescente sólo había oído hablar de sus sabanas llenas de animales salvajes y de tribus primitivas que sobrevivían cazando en bosques y selvas, de su música de tambores, y danzas frenéticas. Pero nada se hablaba de su historia, de sus dificultades y sueños. No sabíamos más que los nombres de las capitales de los países, cantados con un soniquete monótono entre risas y bromas, al repetir esas palabras tan raras. 

Sin embargo, la curiosidad me acercó a esta tierra. En la distancia, fui aprendiendo un poco más de su política, de la colonización, de la sangría que supuso la trata de esclavos, de las revoluciones por la independencia, de las diferencias de clima y etnias. Además, la vocación me acercó a misioneros que vivían allí y que volvían a España de vacaciones. Me encantaba escuchar sus relatos y ver las diapositivas de entonces, fotos de color y sonrisas, de chozas y adobe, de niños y viejos. 

Pero no conocí realmente África hasta que el 13 de septiembre de 1989 pisé por primera vez Cotonú. A partir de esa fecha toqué con mi cuerpo este continente al que tanto tiempo le había dedicado desde lejos: sentir sus olores, escuchar sus ruidos y sus silencios, ver el colorido de sus paisajes, vivir encuentros personales con su gente, aprender su lengua, soportar su calor, contagiarse de sus enfermedades, respirar su aire, abrazar a los enfermos y llorar la muerte de amigos. Lo que antes era descubrimiento intelectual se convirtió en mi propia experiencia. La curiosidad dejó paso al amor, la distancia se volvió comunión. Desde entonces, no entiendo ni puedo imaginar mi vida lejos de esta tierra. 

Os cuento todo esto para que comprendáis mejor lo que quiero compartir con vosotros. 

Dentro de poco celebraremos la muerte y resurrección de Cristo. Todos nos emocionamos entre procesiones y pasos de Semana Santa. Pero ¿qué vivimos realmente? 

Pues que Dios no nos conoce desde lejos, desde su poder y gloria inaccesibles para los mortales; que Dios no nos mira desde su cielo con lástima como quien asiste a un teatro; que Dios no se establece por encima de las nubes para manejarnos a su antojo. Celebramos que el Eterno se ha hecho mortal, que el Todo-poderoso se ha convertido en el Todo-humilde, que Dios no te quiere desde la distancia, sino que entra en tu miseria para abrazar tu corazón. Celebramos que lo humano es experiencia de lo divino, que no son realidades enfrentadas, al contrario, no se entiende la una sin la otra. Dios nos ha tocado, ve lo que vemos, oye lo que oímos, llora nuestro dolor y le duele nuestro sufrimiento, porque se ha hecho carne frágil en un pesebre y desgarrada en la cruz. 

Dios sabe lo que es trabajar y ganarse el pan sudando, porque Cristo lo hizo en Nazaret toda su vida; Dios sabe lo que es la pobreza porque él lo fue; Dios sabe lo que es llorar la muerte de un ser querido, porque él lloró por sus amigos y familiares difuntos; Dios sabe lo que es sufrir, porque murió en la cruz tras una tortura inhumana; Dios sabe lo que es morir, porque Cristo murió realmente; Dios sabe lo que es la traición de los amigos, porque Judas lo vendió; Dios sabe lo que es la cobardía y el miedo de los que te rodean, porque Pedro lo negó y prácticamente todos lo abandonaron; Dios sabe lo que es la soledad porque en Getsemaní no encontró ningún consuelo; Dios sabe lo que es la alegría y la fiesta y el abrazo y el amor de una madre y de un padre, porque Cristo lo vivió. Cualquier circunstancia de la vida Dios la conoce porque la siente en su propia carne. 

Dios no tiene tu foto ni tu recuerdo, tiene tu corazón y tu vida, está en ti, te conoce porque forma parte de tu existencia y de tu experiencia. ¿Qué prueba necesitas de amor más grande que esa? 

Sin embargo, no terminamos de entusiasmarnos con un Dios así. Preferimos, muchas veces, un Cristo entronizado en las alturas, creyendo que con su poder va a solucionar todo lo que, según nuestro criterio, debería ser arreglado. Por eso no terminamos de sumergirnos en el misterio de la Cuaresma y la Pascua y nos quedamos en el folclore de tradiciones superficiales cada vez más alejadas de Dios. Tampoco nos dejamos invadir por la trascendencia de la Semana Santa y nos perdemos en tronos y palios, nos distraemos con imágenes que despiertan nuestra sensibilidad, pero no nos cambian la vida. 

Deseamos soluciones, una fuerza que cambie todo. Necesitamos un Dios invencible que acabe con lo malo del mundo. Queremos milagros que nos eviten el dolor, el sufrimiento y la pobreza; pero lo que tenemos es un Dios pobre y que sufre, un Dios débil y vencido. No nos importa que nos conozca en carne y hueso, preferiríamos que no conociera nuestra miseria para no tener que explicar nuestro pecado. 

Sería más fácil si Dios se dejara manipular por nuestras plegarias, por nuestras liturgias y ritos; sería mucho mejor si con la recitación de oraciones consiguiéramos cualquier cosa, como quien repite fórmulas mágicas; nos vendría bien un Dios que no nos quiera tanto y que nos procure lo que pedimos. En definitiva, un Dios que no me comprometiera a nada más que a cuatro normas, a dos tradiciones, y algún rito esporádico, eso sí, que estuviera a mano para que cuando lo necesite me solucione la vida y me aparte del sufrimiento. Pues no, eso no es Cristo, ni Semana Santa; esa no es nuestra fe. 

Lo que Dios ha hecho es incorporar nuestra humanidad pobre y sufriente a su Ser, para que su divinidad, que es Amor y Misericordia, ilumine nuestra existencia y nos convirtamos en milagro, en la solución para el mundo. Dios entra en ti para sacarte de ti y conducirte a tus hermanos. Esa magia que esperas capaz de transformar la desgracia en gozo eres tú, el poder divino que arregla la injusticia eres tú, el milagro que necesitamos para construir la paz eres tú. Para eso vino a la tierra y murió en la cruz, para que tú hagas lo mismo. 

Los misioneros venimos a África y vivimos con la gente, aprendemos su cultura y nos fundimos en su existencia, pero no somos los salvadores: caminamos con ellos, nos desvivimos haciendo lo que podemos, entregamos nuestra vida para compartir esperanza y luz. La humanidad está en manos de los seres humanos y podremos convertir este mundo en un paraíso si, en vez de esperar milagros, nos comprometemos en la construcción del Reino desde la fuerza de Dios que habita en nuestra debilidad y en nuestro sufrimiento. 

Cuando pase por tus calles la imagen de Jesús crucificado al ritmo de tambores y bajo la noche de luna, piensa que ese dolor del pasado es hoy tu fuerza, el Espíritu que te convierte en testigo de vida; porque si todo se queda en el trono, Cristo ha muerto por nada. 

P. Pepe Ferrer


Misionero. SMA








En estos días queremos tener también un recuerdo con el padre Pier Luigi Maccalli que cumplirá esta Semana Santa, 7 meses secuestrado, para que con nuestras oraciones y la LUZ de la Pascua de Resurrección, se logre ablandar el corazón de aquellos que le tienen y podamos descubrir de nuevo el Amor de Dios en su sonrisa y en su trabajo en África, con los que más lo necesitan.



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